martes, 26 de abril de 2011

SIN TÍTULO (SIN PALABRAS)

En general, se defiende la importancia de los títulos para el éxito de sus correspondientes libros. A mí me cautivan esas exposiciones donde la mayor parte de lo que cuelga de las paredes se acompaña de un pequeño cartel que advierte "Sin título", así que estoy ahora imaginando una editorial que fuera capaz de albergar un buen fondo de sintítulos por la justa causa de la aventura total literaria. Conste que hay título preciosos y sugerentes, son como versos perdidos que consiguen propiciar el mercado a nivel prêt à porter, pero que quizá acaben socorriendo, ridículamente, al perfecto nadador que se mueve entre las páginas. También títulos que nunca podrían salvar la mediocridad que intentan representar, y su bondad suele también ser inolvidable. Con un buen puñado en la cabeza, de ambos, leídos y no leídos, sigamos planteándonos el resultado de ese extraño proyecto que prive de identidad a la obra y delegue en ella la responsabilidad de la primera palabra. El libro, de esta manera, se iría renovando a lo largo del proceso de lectura sin arrastrar la forzada sombra de un título que lo sitie, que impida su libre rumbo.
Pido un respeto por esta idea descabellada, al menos mientras no se reconozca que lo imperante ya no funciona. Por cierto, ¿habéis leído la última novela de Luis Selenizo? Está en el catálogo de Sintítulos Editorial.




1 comentario:

  1. Hola, Joan, después de haber leído y admirado tu nuevo texto, me permito contarte una curiosa experiencia personal que quizás permita comprender la finalidad de la vaciedad conceptual. Como pintor que soy, sé lo relevante que es titular un cuadro sin título sobre todo si se trabaja con obras abstractas. Y cuando ocurre eso, es inevitable preguntarse el motivo por el que tantas veces hacemos eso. Quizás la respuesta esté en este ejemplo personal que cuento:

    Un día la dueña de la Galería Edurne me llamó para participar en una exposición colectiva sin aportar NINGÚN CUADRO. Me quedé intrigado ante la extravagante proposición de la galerista. Cuando fui a la inauguración, me encontré con el espacio de la galería totalmente vacío, sin cuadros ni títulos. Tan solo un rótulo que ponía: “Espacio para la reflexión”. Una vez vencidas mi sorpresa y aturdimiento iniciales, tuve la extraña sensación de que el espacio de la sala se identificaba con el espacio vacío de mi propio estudio. Llegó un momento en que podía visualizar como por arte de magia nuevos cuadros. ¿No ocurre igual al encontrarse con un libro o un cuadro sin titular? ¿No aparecen entonces palabras con las que se identificaría el lector/espectador, palabras que nunca se escribirán, que el viento se llevará hasta donde habite el olvido?

    Fernando Fiestas

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