martes, 26 de abril de 2011

SIN TÍTULO (SIN PALABRAS)

En general, se defiende la importancia de los títulos para el éxito de sus correspondientes libros. A mí me cautivan esas exposiciones donde la mayor parte de lo que cuelga de las paredes se acompaña de un pequeño cartel que advierte "Sin título", así que estoy ahora imaginando una editorial que fuera capaz de albergar un buen fondo de sintítulos por la justa causa de la aventura total literaria. Conste que hay título preciosos y sugerentes, son como versos perdidos que consiguen propiciar el mercado a nivel prêt à porter, pero que quizá acaben socorriendo, ridículamente, al perfecto nadador que se mueve entre las páginas. También títulos que nunca podrían salvar la mediocridad que intentan representar, y su bondad suele también ser inolvidable. Con un buen puñado en la cabeza, de ambos, leídos y no leídos, sigamos planteándonos el resultado de ese extraño proyecto que prive de identidad a la obra y delegue en ella la responsabilidad de la primera palabra. El libro, de esta manera, se iría renovando a lo largo del proceso de lectura sin arrastrar la forzada sombra de un título que lo sitie, que impida su libre rumbo.
Pido un respeto por esta idea descabellada, al menos mientras no se reconozca que lo imperante ya no funciona. Por cierto, ¿habéis leído la última novela de Luis Selenizo? Está en el catálogo de Sintítulos Editorial.




martes, 19 de abril de 2011

LUZ DE EMERGENCIA

Tenemos las puertas, están las puertas. Cuando nos rodean en la oscuridad no somos capaces de decidir, no distinguimos sus siluetas que atravesar. A veces por carencia del sentido mínimo, otras por ejercerlo en medio del caos, las puertas propias y las puertas ajenas pueden quedar perdidas con aquella desesperante ausencia de lo que está y no vemos. Las puertas respetan su contexto, no pierden su razón ni su orden, están para separar y separan, comprobemos o no, veamos o no. Si fuéramos previsores instalaríamos sobre ellas una luz de emergencia, esa corona de luz suficiente para cuando la luz cotidiana llega a faltarnos, para orientarnos cuando lo cercano se haga inmenso y desconocido.
Antes de quedarnos ciegos por tanta existencia.




miércoles, 13 de abril de 2011

VIDA POSTAL

Todos deberíamos recibir una carta de vez en cuando, de esas que vienen cerradas con saliva y sentimiento. Esas cartas son un regalo del cielo, intemporales, las hojas bien dobladas y planchadas por no haberse leído nunca, hechas con el mejor papel, protegidas en la oscuridad de una enagua violácea, perfumadas con olor ajeno y deseo compartido. Esas cartas son un fin en sí mismo, cuando pasan antes por ser fin para quien las manda, fin para quien las lleva y fin para quien las recibe. Yo diría incluso que son una excepción a la comunicación, que no lo son por su necesaria soledad, porque nunca pueden ser menos que esa soledad que ya lo es todo.
Y ojalá acabaran siempre bocarriba, como los naipes, transparentes y comprometidas, hechas para toda la vida, con su carrera incansable de letra improvisadamente ágil. Nunca escondidas, ni abandonadas, ni coleccionadas como un objeto más de la revisión de los tiempos o la revisión de las almas.
Una carta de vez en cuando que nos trate como merece nuestra naturaleza mortal: con delirios de dulce eternidad.




domingo, 3 de abril de 2011

VERITAS VERITATIS

De poco sirve la verdad cuando es verdad solo para uno, subido en un imposible podio a ras del suelo. Su apología en solitario es una carga pesada que tarde o temprano pasa a ser parte del porteador paciente, y la verdad dejará de sentirse para conformarse con ser certeza. Sin el otro que se acerque y renuncie al espejismo, los otros, condenará a la mayor de las soledades posibles. La verdad es la voz en sí de quien la dice, su mudez cuando nadie la escucha, desesperada cuando nace para la muerte de otra. Mucho mayor es el tiempo en que no hay verdad, aunque sí su circunstancia donde poder acampar hasta que se apague el fuego o llegue el día.