viernes, 24 de junio de 2011

EDADES LITERALES

Ayer en el parque estuve observando a una pareja de ancianos disfrutar del fresco de una sombra, junto a un banco bien dotado de vistas. Él estaba en una silla de ruedas y un cable manaba de su nariz. Parecía moverse poco. Ella, con desparpajo sobradamente jovial, le colocaba una y otra vez el cojín de su espalda, esa joroba artificial de los años, con una continua sonrisa en el rostro que se defendía desde lejos. Pasaba de un gesto a otro cuando, en un instante, se sacó un recipiente que le sirvió para refrescar la cara de su hombre, con destreza maternal, hasta que lo sobrante acabó descartado en el suelo. La estampa no da mucho más de sí, aunque yo fuera y siga yendo mucho más allá de la variada distancia que me separaba de ellos. Nada produce más empatía que el amor, en cualquiera de los roles en que nos ostente o que pueda traernos el tiempo posible. Este dejarse cuidar desde el amor, igual de exclusivo e intransferible, creo que nos reconcilia con el instinto de reciprocidad que solemos desconsiderar en el deseo. Lo que de momento no prueba acaba siendo la razón de casi todo...
Y estas alturas de la vida literal, un verdadero regalo.




domingo, 19 de junio de 2011

CUERPOS PREDICTIVOS

Todos estamos programados para adelantar el sentido de los actos ajenos en su estado más primario. Como la escritura con texto predictivo, abrimos nuestro abanico de alternativas tras un mínimo movimiento del otro, dispuestos a responder con impaciencia las razones de su ser y de su estar. Añadiendo nuevas letras a la palabra que ahora es la expresión de un cuerpo, y considerando al factor tiempo tan agradecido en esta ecuación, iremos descartando lo común y acercándonos a lo individual, que nunca lo será del todo en nuestra presencia. Por ser algo más justos, aquí lo planteo, aunque a veces nos duela reconocer esta mayor medida cuando aún no somos necesariamente responsables.
El mismo dolor que nos lleva asumir los probables sacrificios de esas las más divinas relaciones humanas.
 
 
 
 

miércoles, 8 de junio de 2011

CREER PARA VER

Con tantas cosas se equivocó creyendo la paloma de Alberti —el mar era el cielo, el trigo era agua, aquel corazón su casa— que acaba uno emocionándose con el valor de tanta creencia capaz de dignificar esta sensibilidad del error. Poca disertación merece lo incuestionable, no es útil, el objeto real es un mero accidente que nos precede y nos obvia. Las apariencias, sin embargo, conforman y confirman nuestra percepción, buena parte de lo que somos, nuestra poesía, que cree antes de crear y no necesita de sí misma más que seguir volando con confianza.