viernes, 24 de junio de 2011

EDADES LITERALES

Ayer en el parque estuve observando a una pareja de ancianos disfrutar del fresco de una sombra, junto a un banco bien dotado de vistas. Él estaba en una silla de ruedas y un cable manaba de su nariz. Parecía moverse poco. Ella, con desparpajo sobradamente jovial, le colocaba una y otra vez el cojín de su espalda, esa joroba artificial de los años, con una continua sonrisa en el rostro que se defendía desde lejos. Pasaba de un gesto a otro cuando, en un instante, se sacó un recipiente que le sirvió para refrescar la cara de su hombre, con destreza maternal, hasta que lo sobrante acabó descartado en el suelo. La estampa no da mucho más de sí, aunque yo fuera y siga yendo mucho más allá de la variada distancia que me separaba de ellos. Nada produce más empatía que el amor, en cualquiera de los roles en que nos ostente o que pueda traernos el tiempo posible. Este dejarse cuidar desde el amor, igual de exclusivo e intransferible, creo que nos reconcilia con el instinto de reciprocidad que solemos desconsiderar en el deseo. Lo que de momento no prueba acaba siendo la razón de casi todo...
Y estas alturas de la vida literal, un verdadero regalo.




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