El Tío Elías descansa en paz, es ahora la frase hecha que más nos conforma en su ausencia. Mientras el albañil ha ido cerrando con maestría su nicho, siete rasillones y una cantidad perfectamente calculada de masa de cemento, se ha podido escuchar el rebuzno lejano y oportuno de un animal de carga. Ha llegado como un quejío disipado bajo el cielo abierto, un casual homenaje al hombre que tanto quiso a sus bestias, que dominó todos los lenguajes desde el silencio, ese seguro servidor. Nadie como él comprendió a los niños, ni fue comprendido con tan abundante y agradecida sencillez, de manera que las almas de nuestra infancia allí convocada lo han rodeado, han cercado su último cuerpo como un aura irrenunciable, propia y definitiva, mientras se iba cerrando también, al mismo ritmo, la ventana de su eternidad.
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