sábado, 24 de septiembre de 2011

LA VIDA DESEOSA

"Llega el otoño...", comienza hoy, como un rezo inconsecuente en la primera página de un cuaderno infantil, atrapando toda la luz de la verdad en un poema que alcanza el empate de la sencillez y la alegría. "Llega el otoño y quiere jugar con su amigo el viento...", canta el manuscrito, iluminado con un par de caducifolias bien intencionadas que se han dejado maquillar con amarillo universal (hasta un plumier cargado de abandonos puede esconder en su oscuridad todos los colores imaginables). Hay que entender la infancia como un sueño dulce, un sueño programado para ignorar las reliquias del dolor y el sufrimiento del mundo que lo cuida. A la infancia, los matices melancólicos de esta estación desfavorable (como al resto, le reconocemos una lista suficiente de paralelismos anímicos) aún no le son alcanzables, está al margen. Es su fortuna.
Los hijos son de cada cual, con los límites razonables que dejó escritos el filósofo Khalil Gibran, pero la infancia es patrimonio de todos. Por eso el futuro será siempre, en todos sus tiempos, un despertar viable...




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